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¿La Columnela": Agricultura Ecológica para todos (II): Los consumidores

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En esta segunda entrega nos ocupamos del consumo, yo diría que el fulcro del asunto, ya que los consumidores son realmente quienes dicen a última instancia sí o no a la producción ecológica mediante su demanda. Por eso nos debemos plantear cuáles y qué son, así como por qué consumir productos ¿bio¿. Un producto bio, que también puede ser denominado, y debe ser considerado como tal, biológico, eco, ecológico, orgánico o biodinámico, es aquél que ha sido elaborado y producido libre de contagio alguno con sustancias impropias de un proceso natural, contando únicamente como aportación, digamos artificial, con la mano de obra humana. No están presentes en él restos de pesticidas, fertilizantes, medicamentos, etc, que de una u otra forma se usan en la agricultura y ganadería imperantes. Ofrecen un mejor aroma, sabor y proporción de nutrientes al no estar sometidos a un proceso productivo intensivo y acelerado, y por esto mismo suelen presentar a veces un aspecto menos homogéneo y atractivo, toda vez que más natural, lo que no debería ser motivo de rechazo teniendo en cuenta sus otras bondades. También se pretende esta máxima naturalidad productiva no empleando organismos manipulados genéticamente (transgénicos). Así mismo, se da preferencia a razas y variedades autóctonas frente a otras foráneas, contribuyendo en determinadas ocasiones a evitar su extinción y a mantener la biodiversidad. Existe una variada oferta de productos biológicos, de origen animal y vegetal, suficiente como para cumplimentar una dieta sana y equilibrada para un ser humano de cualquier edad. Pero evidentemente no tan amplia ni llamativa como la que encontramos en la industria alimenticia convencional, donde superan en número a los alimentos básicos (carnes, verduras, frutas...) los preparados y otras ¿fantasías¿ (productos exóticos, comida rápida, golosinas...). El consumidor encontrará en estos alimentos biológicos un sello que certifica que lo que está comprando es realmente fruto de una actividad agrícola o ganadera ecológica, ya que la finca o empresa ha sido sometida a controles e inspecciones que así lo garantizan. Junto a la denominación ¿Agricultura Ecológica¿ se indica el nombre y el código del organismo de control, y la certificación puede venir junto a un anagrama europeo, nacional o autonómico. Así pues, no debe entenderse como ¿bio¿ aquel producto carente de dicho marchamo. Pero, ¿por qué consumir ecológicos? Evidentemente, en el fomento de la agricultura orgánica no va implícito que los alimentos obtenidos de la agricultura convencional representen peligro alguno para la salud humana, ya que éstos han de superar unos determinados análisis sanitarios para salir a mercado. Pero sí se pretende marcar una diferencia, ofrecer una alternativa para quienes buscan algo más, para quienes lo primero es su alimentación y disfrutan del arte de comer de lujo todos los días, sabiendo que en verdad no se trata de un lujo, sino de una meditada elección. Otro respetable motivo por el que decantarse hacia el consumo ¿ecológico¿ es la contribución al respeto y cuidado del medio ambiente que de manera transversal posibilita este tipo de agricultura que pretendemos dar a conocer. Suele quedar en segundo lugar, dado que por lo general nos suele doler más el bolsillo que la conciencia, pero es igualmente arma útil con la que sensibilizar a mayores y menores. Este consumo de biológicos también repercute en las economías de las zonas, principalmente rurales, de las que proceden. Es deseo de la agricultura ecológica contribuir a un comercio justo, en el que los máximos beneficiarios sean los que realmente lo merecen, los que directamente trabajan con el producto, a pie de campo, para que amen y se sientan orgullosos de su labor... Y libres, sin contaminar por intermediarios que arriesgan poco pero se llevan mucho o casi todo. Pero volviendo al bolsillo del ciudadano, si bien la aún escasa demanda de los productos ¿bio¿ ralentiza su razonable abaratamiento, los límites de la economía familiar no deberían ser óbices para su expansión si tenemos en cuenta que compramos más de lo que necesitamos, y a veces cosas innecesarias. En la alimentación en concreto, esto se traduce en la adquisición de productos atrayentes y golosos que para nada vienen a suplir carencia vitamínica o proteica alguna. Más bien responde a ese insoslayable instinto animal de acaparamiento de nutrientes en época de bonanza, solo que en nuestro caso no es época sino modo de vida. Sumémosle el acicate de la publicidad y ya llevamos el carro lleno de ¿bolsas de plástico¿. ¿Son entonces realmente caros los productos procedentes de agricultura ecológica? ¿No somos nosotros mismos los que ponemos precio a lo que compramos? Asusta pensar que por esa regla de tres también le ponemos precio a nuestra vida, comprando a ciegas banalidades que calman por un momento a un insaciable ego y regateando si se trata de alimentarnos bien, de cuidar nuestra salud.
Miércoles, 15 de Mayo de 2024
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